En un lugar placentero,
al acercarse la noche,
practicaba el “misionero”
con un deleite certero,
una pareja, en su coche.
Pasó por casualidad,
de niños una pandilla,
y uno, por curiosidad,
con infantil ansiedad,
se acercó a la ventanilla.
“¡Un niño! ¡Un niño” –gritaba
la joven ante el intruso-…
Pero el joven, que empujaba
y al orgasmo aproximaba,
jadeando, le repuso:
“Es cierto que, en estas lides,
soy un experto que entiende.
Mas eso que tú me pides
tan sólo de Dios depende.”
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario