lunes, 15 de junio de 2009

El dilema

Recreación literaria de "Muerte entre las flores" de los hermanos Coen.

Escuchar el tema ROSA ROJA de St. Germain mientras leéis el relato




1.-
Cuando Esteban Giant y su guardaespaldas Franqui el francés entraron en el despacho de Carlos, yo me estaba sirviendo el primer trago del día. No puedo decir que fuera el mejor escocés del mundo, incluso yo tenía una par de botellas de mejor calidad en casa, pero era el primero trago del día. Serviría para acabar con la resaca. Además Carlos no bebe y eso es un atenuante de su delito de tenencia mediocre de bebidas alcohólicas. Bueno, sí bebe. Refrescos de color azul oscuro con pajita. Carlos hace bastantes cosas ridículas, pero lo de la pajita está, con diferencia, en la lista de las tres cosas más ridículas que hace. Y ni siquiera se da cuenta.

Hace algún tiempo, Carlos solía pensar. Tampoco es que fuera un lumbreras, pero encadenaba tres o cuatro ideas sin que se le descolocara el peluquín. Y sobre todo, solía escucharme. Ponía cara de que entendía mis razonamientos y elegía la mejor opción de las que le proponía. No era difícil. Todo estaba bajo control. Los policías y los funcionarios de justicia y del ayuntamiento que husmeaban en nuestros negocios, acababan de nuestro lado con los bolsillos repletos. No hay nada más pequeño que el sueldo de un poli. Bueno, sí. El cerebro de un poli. Pero eso es algo que va con el uniforme. Cuanto más atractivo es un uniforme, mas zoquete es el tipo que lo lleva. Eso no lo digo yo. Podéis leerlo en los libros de historia.

Por otro lado, los delincuentes que se esforzaban en subir peldaños dentro de la jerarquía criminal local, pobres, acababan rápidamente entre rejas, con un preso metido en sus pantalones sin habérselos quitado, o incluso algunos, los más intrépidos, como comida para los pájaros en el bosque de las afueras. Fueron buenos tiempos. Yo tenía, y sigo teniéndolos, una par de problemas: la bebida y el juego. Pero el dinero entraba a raudales y mi posición, a la derecha de Carlos; es decir, a la derecha del cerebro de Carlos, minimizaban esos problemas. Mientras tuviera dinero para apostar y llegar a casa al amanecer borracho y acompañado, no había de que preocuparse. Hasta que apareció Lúa.

Lúa Borowsky es un bombón helado. Fría y calculadora y preciosa. Y le gusta el dinero como a nadie que yo conozca. Lúa es una puñetera bomba de relojería colocada en la entrepierna de Carlos y a punto de estallar. Ni siquiera sé de donde vino. De aquí no es, desde luego. La inmigración producida por la crisis de hace unos años atestó la ciudad de gente de lugares insospechados. Lúa apareció un día en uno de los tugurios de Carlos y desde ese instante, se acabó el Carlos que todos conocíamos: duro, con agallas y reflexivo. Y apareció el Carlos actual: dubitativo, ridículo y equivocado.

2.-
Stefanno Giantino, alias Esteban Giant es un psicópata violento que ha medrado gracias a su falta de escrúpulos y a su educación deficiente. Es un emigrado italiano que maneja las armas de fuego mejor que los cubiertos de pescado y cree que ha sido bendecido con un don para acaparar todos los negocios ilícitos que puedan prosperar en esta ciudad. Gordo, de baja estatura, con papada y manos regordetas. Bigote fascista y pelo engominado. Traje mil rayas hecho a medida y un sombrero redondo de ganster muy apropiado. Como si fuera un héroe de la última guerra, deja que el francés le quite el abrigo que lleva sobre los hombros y se sienta frente a Carlos sin esperar su invitación. Un pájaro de cuidado. Carlos, no pienses con la entrepierna. Vuelve, Carlos, vuelve.

Carlos, decía Giant, lo que más valoro en este mundo es la ética. Junto con la amistad, por supuesto. Gesticulaba moviendo sus manos de bebé gordo repletas de anillos de oro macizo y alguna que otra piedra que refulgía en la penumbra del despacho. Se hacia llamar Giant y no Giantino. Giant es gigante en inglés. ¿Qué le puede pasar por la cabeza a alguien que hace eso?. Hay que tener cuidado con alguien así.
¿A qué viene eso, Esteban?. Carlos le miraba como quien mira a un insecto en un lugar inverosímil, como la despensa o entre las sábanas.
El bigote de Giant brillaba de sudor como si lo llevara pintado de betún y su voz se agudizó un tono. Tuve tiempo de ponerme otro trago antes de situarme junto a Carlos, me apoyé en el aparador de madera que hay detrás de su butaca y esperé. Giant me miró al pasar durante un segundo y siguió hablando.
Me refiero a que soy un hombre de negocios y quiero que mis negocios me den beneficios, por supuesto. Pero desde que los hago con ese Luís Borowsky incluso hay veces que pierdo dinero.
¿A qué negocios te refieres?. Carlos no parpadeó. Seguía mirando al insecto.
Joder, Carlos, ¿a qué va a ser? Tongos, hombre, tongos. Pero sin razón alguna, parece que todo el mundo estuviera informado de ello. Y cuando quiero darme cuenta, el dinero aparece de no sé donde y las buenas apuestas se van al carajo.
¿Y comó sabes que es Borowsky?. ¿Es que es el único que sabe lo de los tongos?.
No, claro que no. Pero él es el único que lo sabe que no tiene ética. Le llaman el trapero, Carlos. Por algo será.
¿Es el único corredor que utilizas?. Yo no me lo podía creer. Carlos parecía un maldito periodista en su primer día de trabajo.
A veces hago alguna que otra apuesta con “el rubio”, creo que se llama Antoine o algo así, ¿no, Franqui?. Pero tiene ética. Es de confianza. Dijo Giant señalando con su manita dorada a su guardaespaldas que esperaba detrás de él.
Es decir, acabó Carlos,: media ciudad que sabe lo de tus tongos. ¿Y qué esperabas?. La sonrisa de Carlos me produjo escalofríos.
Creo que no me has entendido, Carlos. Giant se adelantó y se sentó en el comienzo del butacón, como dispuesto a saltar sobre él y comérselo crudo allí mismo. Claro que hay otros que lo saben. Pero son amigos y tienen ética. Y ese Borowsky es un tramposo y la ética no la ha conocido en su vida.

Mientras Giant hablaba miré al francés y vi que me observaba como si hubiera visto al asesino de su hermana o algo así. La mano que sostenía el vaso vacío empezó a oscilar y por un instante, se oyeron los hielos golpear contra las paredes interiores. Pude parar el temblor antes de que se diera cuenta.
Carlos dió un cuarto de vuelta a su butacón y me miró. Yo hice un gesto de impotencia alzando imperceptiblemente los hombros y no abrí la boca. Mentalmente le dije: Carlos, estos dos asesinos nos van a joder vivos, si no nos andamos con cuidado. ¿A quién le importa el capullo de Borowsky?. ¿Que sea el hermano de Lúa no le autoriza a engañar a estos mafiosos?. Que se joda y que apechuge con lo que hace.

Pero claro, Carlos actuó siguiendo el plan actual y le soltó a Giant: No se que coño quieres, Giant. Pero olvídalo. Borowsky está bajo mi protección y hoy no vendo permisos para matar corredores.
El color de la piel del italiano mutó en cuestión de segundos a rojo cereza y el sudor se le amontonó bajo la nariz cubriendo el apestoso bigote y sobre las sienes. Las gotas caían a lo largo del cuello y le empapaba la camisa demasiado ajustada. Una vena del cuello se le hinchó y casi sin voz dijo: No te estoy pidiendo permiso para nada, Carlos. Sólo he venido por cortesía. Se levantó y apoyó los brazos sobre la mesa de Carlos y le señaló con el regordete índice: Además, no soporto tu arrogancia. La respiración se le agitó considerablemente hasta que el francés puso su mano sobre su hombro y Giant se calmó.
No hagas tonterías, Giant. Le dijo Carlos. Todo lo que tienes me lo debes a mí y si te digo que no toques a Borowsky, no lo hagas porque tendrás problemas.
Desde la puerta del despacho y con el abrigo otra vez sobre sus hombros, Giant dijo: Lo que tú digas, Carlos. Tú eres el pez gordo y yo soy un cagado que le gusta que le pisoteen. El francés sonreía cuando cerró la puerta tras él.

Dejé escapar el aire y me senté en el sofá junto al pequeño bar. Carlos no se había movido de su butacón. Alzó las cejas sonriendo y dijo: Retuércele la oreja a un cerdo y se pondrá a chillar. La carcajada posterior, supongo que debido a la gracia que le había hecho su propio chiste, me heló la sangre. Parecía que no había entendido que había pasado.
Mala jugada, Carlos. Le dije.
¿Qué demonios te pasa?. ¿Te has levantado con el pie izquierdo?.
Siempre me levanto igual.
Supongo que ayer perdiste, como siempre.
Ya lo recuperaré. No siempre voy a perder. Dije, cogí el sombrero y el abrigo y me dirigí a la puerta. Me volví y pensando un instante le dije: Carlos, piensa en algo, por favor. La resaca había desaparecido.
A ver, suéltalo. Y esperó.
Piensa en lo que ganamos defendiendo a Borowsky y, luego, en lo que perdemos ofendiendo a Giant. Compáralos y mira el resultado.
Sabes que no me gusta pensar. Carlos se dejó caer otra vez en la butaca como si ya supiera lo que debía hacer.
Pues ya va siendo hora de que empieces. Y salí del despacho. Por la ventana del pasillo pude ver el coche de Giant entrando en la vorágine del tráfico de la mañana y a Giant desde el asiento posterior mirándome. Sonreía el muy cabronazo.

3.-
Me despertó el camarero del “NaitAnDey”, el tugurio de Carlos donde suelo quedarme las noches que no logro encontrar la puerta de salida. Me toqué la cabeza y me había crecido por lo menos 20 centímetros de diámetro.
¿Dónde está mi sombrero? Pregunté.
El camarero hizo una mueca y dijo: Lo perdiste.
¿Quién se lo llevó?. Volvía a preguntar. Intenté incorporarme y una arcada acudió a mí ella sola, sin ninguna intención por mi parte. Una vez más, el brebaje de Carlos deja mucho que desear.
Lúa. ¿Quién?. Lúa y Antoine, hombre. No sé como mantienes los pantalones puestos. El humor de un camarero nunca hay que tomárselo demasiado en serio; es decir, en broma.
Corrí al water y al primer intento, comencé el día. Enseguida pude abrir los dos ojos a la vez. Mientras me lavaba la cara frente al espejo, una idea me vino de repente.
¿Corre “Black&Misterius” en las carreras de la tarde?. Si, dijo él después de pensarlo. ¿A cuánto están las apuestas?. Tres a uno.
Tuve una de mis corazonadas. ¿Puedes conseguir que Lagos acepte quinientos?.
Supongo que si. Le deberás el doble... más lo que ya le debes. Los camareros siempre tan puntillosos.
Eso será si pierdo. Me peiné con los dedos y lo que vi empezó a gustarme de nuevo. A pesar de la ojeras.

4.-
Por la noche fui a buscar mi sombrero. Creo. ¿Quién sabe exactamente lo que quiere?. Yo no, desde luego.
Llamé suavemente. Louis Amstrong cantaba atenuado dentro envuelto en secciones de viento y percusión. No creo que estuviera allí físicamente. Pero lo parecía.
Lúa. Lúa en ropa interior transparente y bata de seda china abrió y se apoyó en el marco de la puerta. Los chinos sí que saben hacer ropa de mujer.
Quiero mi sombrero. Dije, para despistar.
Ahora es mio. Los labios de Lúa se endurecieron. Pero seguía en ropa interior.
¿Qué vas a hacer tú con él?.
Piérdete. Y dio un portazo.
Volví a llamar. Suavemente. China. Amstrong seguía allí.
Necesito una copa, Lúa. Dije cuando volvió a abrir.
Los labios crecieron a simple vista y dejó franca la puerta. ¿Por qué no lo has dicho antes?. El sombrero estaba allí. Muerto de risa.

Me incorporé y encendí un cigarro. Lúa roncaba plácidamente al otro lado de la cama. No estaba borracho. Cuando no bebo no puedo dormir. Fumo.
Oí tres golpes en la puerta. Miré el reloj. Las cuatro de la madrugada. ¿La gente no sabe comportarse?. No, no sabe. Esperé y fumé. Otros tres golpes. Salí del dormitorio y cerré la puerta corredera. El salón en penumbra. Sin luces. Abrí. Era Carlos.
¿Puedo entrar?.
Claro, estoy de guardia. Respondí. Carlos se sentó en el sillón de cuero sin quitarse el sombrero. ¿Una copa?. Le dije. Yo tenía la boca seca.
Me vendrá bien. Contestó lacónico. Encendí la lampara junto al mueble que hacía las veces de bar. Había una cubitera con hielos, vasos limpios y tres o cuatro botellas medio llenas. Eso es un bar. Puse un par de tragos, me senté frente a él y esperé. Carlos lo vació de un golpe y puso el vaso boca abajo sobre la mesita. No me dio buena espina. Estaba sediento y yo sabía que era porque había estado pensando. No pienses Carlos. No te sienta bien. El hielo mojaba la madera.
Está bueno. Dijo chasqueando la lengua.
Mejor que ese matarratas que sirves en el club. Le dije expectante.
Muy cierto. Se quitó el sombrero y jugó con él entre sus manos. No sabía por donde empezar. Esperé. Te he llamado toda la tarde.
He llegado a casa hace un par de horas. Le animé. ¿Qué pasa Carlos?.
No sé donde está Lúa.
Lúa sabe cuidarse sin ti. Afirmé. Me bebí el resto del trago. Mantuve el vaso en la mano y esperé.
Carlos siguió hablando: Lo sé. Pero llevo toda la noche buscándola y no la encuentro. Ademas, ayer contraté un detective para protegerla, por lo que pasó el otro día con Giant.
No deberías enfrentarte a Giant. Es lo que he intentado decirte. Se ha vuelto demasiado fuerte. Al menos, no por ese par de tramposos. Lúa y Luis, menuda pareja. Seguramente sus padres y sus abuelos ya eran unos tramposos y ellos engendrarán enanos tramposos. Suspiré .¿Y qué te ha dicho el detective?.
Nada. Ha desaparecido.
¿Has perdido a tu chica y a su perseguidor?.
¿Ridículo verdad?. Ayudame. Tú conoces a todo el mundo en ésta ciudad. En cuanto a Giant, todavía puedo dominar a cualquiera. La cara que le puse le hizo precisar el comentario. Excepto a ti.
Y a Lúa. Dije sonriendo.
Me miró y soltó una carcajada. Tienes razón, soy un estúpido. Se levantó y se dirigió a la puerta. Si te enteras de algo, dímelo enseguida. Y salió.

Dejé el vaso a medias y volví a la habitación. Lúa seguía entre las sábanas. Encendí un cigarro y me quedé sentado en la cama pensando.
¿Quién era?. Dijo Lúa medio dormida.
Carlos. Se incorporó sobre los codos.
¿Le has dicho que estaba aquí?.
No.
¿Le has hablado en favor de mi hermano?.
No. Seguí fumando.
¿Dijiste que lo harías?.
Sólo dije que lo pensaría. ¿Viste a alguien siguiéndote ayer?. Le pregunté mirándola a los ojos.
No. ¿Qué le has dicho a Carlos?. Su voz sonó algo alterada. Me tenía harto.
Sencillamente que eres una golfa y que debería mandarte al cuerno.
Su zapato voló hacia mi cabeza. Lo esquivé fácilmente y fue a dar contra la puerta del armario. Seguí fumando.
Eres un bastardo. Me dijo. Nada nuevo. Lo sé mucho antes que ella.

5.-
De camino a la cafetería donde solía desayunar, compré el diario. No lo leo todo, ni mucho menos. Sólo me interesa el resultado de las carreras. Tampoco de todas ellas. Sólo de las que apuesto. En este caso de una y no leí buenas noticias. El caballo al que había apostado quinientos, se había caído en la primera curva y se había roto una pata. Vosotros me diréis si son buenas o malas noticias. Le debía unos mil quinientos a Lagos. Y conociéndole, sabes que cobrará, sea como sea. O en lo que sea.

Otra noticia. Ni mala ni buena. Un detective había sido encontrado muerto de un tiro en un callejón. Le habían quitado el peluquín. ¿Para qué quiere alguien el maldito peluquín de un muerto?. A no ser que fueran indios los que lo mataran. Se lo llevarían como trofeo. Bromas aparte, si Carlos pensaba que había sido Giant quién lo había hecho, no sería buena noticia, a no ser que Carlos decidiera que Luis ya no estaba bajo su protección. Y ahí entraba Lúa.

En el “NaitAnDei” encontré a Antoine. No sé por qué le llaman el rubio. No es rubio. Es mono. Me dijo: Ya has recuperado el sombrero, eh?. Buena observación. Asentí. Luego dijo: Luis quiere verte.
No soy transparente. Le dije.
Quiere verte a solas.
¿A solas?, ¿acaso le gusto?. Podemos hacer un trío.
¿Qué?.
Nada, nada. ¿Qué decías?. Antoine fumaba nervioso y ausente.
Es que no le gustan que le vean en público, después de lo que ha pasado con Giant.
¿Y?. le dije.
Luis me ha dicho que te diga que le digas a Carlos que es un buen chico.
Sonreí. ¿Qué hay entre Luis y tú?. Le pregunté.
Nada, hombre. Miró a su alrededor. Sólo somos buenos amigos.
Eres un inconsciente, Antoine. Si Franqui el francés se entera de que tienes más amigos, seguro que no será tan comprensivo. Subí las escaleras hacia el despacho de Carlos.
Oí la voz de Antoine: ¿Por qué se iba a enterar? Tú y yo ni siquiera hemos hablado, joder. Seguí subiendo.

Carlos bebiendo en pajita. Enfrente el jefe de policía O'Doole y el alcalde. En cuanto entré me dirigí al bar. Carlos dijo: Lúa ha aparecido. Está abajo.
Mientras me servía un doble le dije: ¿Qué te ha dicho?.
Nada y no he querido presionarla. ¿Has leído el periódico? Lo del detective. Bebió otro trago con la pajita.
Claro. Dije. ¿Quién crees que ha sido?.
La pajita. Carlos dijo: Stefano Giantino.
¿Cuál es el plan?. Dije sin querer saberlo.
Saltar sobre él con los dos pies. Carlos podía ser muy descriptivo cuando quería.
¿Qué te pasa Carlos?. Sabes que una guerra con Giant nos dañaría. Los negocios son los negocios. Además, ¿qué te impide entregar al trapero a Giant? El se lo ha buscado.
Eso no tiene nada que ver. Ha matado a mi detective.
¿Seguro que ha sido él?. El refresco no se acababa nunca. Bueno, tu decides. Dejé la copa en su mesa y me dirigí al puerta. Antes, mi opinión solía contar para algo.
Pero bueno ¿qué te pasa?. Dí un portazo. No podía creer lo que estaba pasando.

Bajé y me dirigí a la barra y ahí estaba el camarero engominado. Como todos los días. Le dije que me pusiera algo fuerte. Sin hielo. El tipo hizo un comentario gracioso. Me lo bebí de un trago y le pedí que me pusiera otro.
Me dijo: ¿Qué vas a hacer con lo de Lagos?.
¿Qué es lo de Lagos?. Le pregunté.
Le debes una pasta, ¿no?.
No tengo el dinero, que me rompa las piernas si quiere. ¿Donde está Lúa?
Ha entrado en la tualet.
¿En la tualet?, pregunté. ¿Donde está eso, en africa?. Vale, vale, lo he entendido. Ponme otra. Cuando lo hizo, me dí la vuelta. El camarero a mis espaldas dijo: ¿Te lo apunto en tu cuenta?.

Ya estaba borracho. Dí un empujón a la puerta y dije: Señoras, estoy entrando. Hubo un revuelo y comenzaron a salir. Al fondo, Lúa se pintaba los labios de rojo sangre. Estaba deslumbrante. Nos quedamos solos.
Me miró a través del espejo y dijo: ¿Por qué no te vas a dormir la mona?.
Tengo trabajo que hacer.
¿Si, cuál?. Encendió un cigarro y con la cerilla apagada se perfiló las pestañas. Me apoyé en la pared para no caerme.
Intimidar a mujeres indefensas. Dije entre los dientes.
Ella no perdía comba: Pues, encuentra a una e intimídala.
Mira, Lúa, protejo a Carlos y me parece que entre tú y tu hermanito estáis jodiéndolo todo. No le digas a Carlos lo que ha de hacer y todos nos llevaremos bien.
No me importa lo que penséis de Luis. Es un buen chico. Y si tengo que animar a Carlos para que lo crea, lo haré. Le haré pasar un buen rato.
¿Así que es un buen chico, no?.
Dejame en paz, borracho.
La cogí del brazo y la levante. Le dije: ¿Tu me quieres, no?. Y la bese metiéndole la lengua en su boca.
Me empujó y me dio un puñetazo en la mandíbula. Retrocedí y fui a caer sobre un maldito carrito que había allí en medio.
Cuando me levanté, le tiré el vaso por encima de su cabeza y dio en el cristal. Se hizo añicos. Lúa no se descompuso. Cogió su visón y se dirigió a la puerta. ¿Creerás que has montado un cristo?. Estaba preciosa arrastrando las pieles sobre las baldosas.
Hermana. Me apoyé para no caerme. Cuando lo monte ya te enterarás.

6.-
Cuando metía la llave en la cerradura, hacía un rato que dentro sonaba el teléfono. Abrí y las luces de la mañana entraban por los ventanales. Me senté en el sillón de cuero y colgué el sombrero en mi zapato. Descolgué.
¿Si?.
Le debes mucho dinero ¿Cómo vas a pagarlo?. No reconocí la voz.
No lo sé. Dímelo tú. Le dije.
Te estás buscando problemas, eh?.
Estaba muy cansado. Le dije: Mira, dile a Lagos que si no está contento puede mandar a uno de sus gorilas a romperme el alma, ¿vale?. Colgué.

Hola, Luis. Luis Borowsky estaba sentado en el sillón frente a mí. Pelo negro engominado. Llevaba puesto una especie de levita ridícula con chaleco. Un pequeño sombrero bombín descansaba en su rodilla. Se estaba comiendo una manzana. Ponte cómodo. Le dije.
Gracias, ya lo he hecho. No he cogido el teléfono porque he supuesto que no era para mí. Sonrió. Sus dientes grises parecían demasiados dentro de su boca. Me quedé mirándolo. Y dijo: Ah, ya te entiendo. Je, je. Quieres que vaya al grano. La cuestión es que soy un buen chico. Se limpió los restos de manzana con un pañuelo.
Hoy me ha dicho mucha gente lo mismo.
Es que tengo muchos amigos. Sé que tienes una mala racha y si quisieras yo podría solucionarlo. Si estuvieras entre los míos, no tendrías problemas.
¿Tú me salvarías?. ¿Y como te salvas tú de Giant?. Le dije sonriendo.
Eso es cierto. Tengo a ese psicópata italiano buscándome. No sé por qué. Sólo soy un estafador de poca monta. En cuanto a ti, necesito ayuda de mis amigos. Como Carlos. Y tú.
Carlos tiene a Lúa. ¿Qué me vendes a mi?.
Yo no tuve nada que ver con eso, ya sabes que se acuesta con cualquiera. Incluso una vez intentó enseñarme algunas cosas sobre el arte de amar. Todo por su idea de la familia. Quería que no viese a mis amigos.
Menudo cabrón. Le dije: Ella habla muy bien de ti.
Está chiflada. Mira, mi lema es “nunca tienes bastantes amigos”. Así que ¿puedo contar contigo?. Y se levanto para largarse.
Le dije: Tengo que pensarlo.
Abrió la puerta y miró a derecha e izquierda. Luego se volvió. No tardes, Lagos no va a esperar para siempre. Se puso el bombín y cerró.

Amistad. Amigos. Giant y Borowsky hablaban de la misma manera y ni siquiera lo sabían. Pero pensé que la primera vez que se encontraran, uno de los dos acabaría muerto.

7.-
Mi amigo el limpiabotas estaba donde siempre, en la entrada de la estación. Le llamé, Eh. Paseamos. ¿Puedes conseguir que alguien acepte cincuenta?.
Meneó la mano de izquierda a derecha. A Lagos no le gustará.
No tiene por qué enterarse. Apuesta a “LookAround” en la tercera de mañana.
Veremos. Dijo. Seguimos paseando. ¿Los caballos tiene pezuñas?.
No tengo ni idea. Le dije. En serio, no lo sabia.
Dos hombres nos abordaron por detrás. Uno enorme y otro mediolisto. Giant quiere verte. No ha tenido tiempo de mandarte la invitación.
Vaya con el gorila, dijo el limpiabotas. El matón le empujó y el otro simplemente desapareció.

Entré en los dominios de Giant mientras los gorilas me soplaba en el cogote. Una nave enorme y al fondo una mesa y a la derecha un sofá y Franqui el francés sentado en él. Con el abrigo puesto, sombrero y guantes. Giant hablaba con su hijo. Un enorme niño italiano vestido de marinero. Saludé con un gesto a Giant. Y se deshizo de su familia en un segundo.
Siéntate. Me dijo. ¿Te gustan los niños?.
No. Dije mientras me sentaba en la silla frente a su mesa.
Bueno. Te estás perdiendo lo mejor de la vida. No importa. Relleno un cheque y lo puso en la mesa entre él y yo. Esto es para Lagos. Creo que le debes menos, pero nunca sobra algo de dinero, ¿no?. Cruzó sus regordetas manos esperando.
Gracias. Le dije. Diez segundos mirándonos.
Siempre tan hablador, ¿eh? Je je. ¿Quieres saber por qué te lo doy?.
No especialmente. Le dije.
Balanceó la cabeza de una lado a otro. Quiero al trapero. A Borowsky. Sabes que me ha engañado. Lo sabes.
Afirmé con la cabeza. Y miré al francés. Seguía plácidamente sentado en el sofá. Giant siguió con su perolata: La amistad es un estado mental. Si aceptas, tú, yo, Franqui, Lagos, Carlos. Todos seremos amigos y nos llevaremos bien. ¿Qué dices?,
Dudé un segundo. Le dije: Tengo que pensarlo.
El chico es un pensador. Dijo Giant dirigiéndose al francés.
El francés desde atrás dijo: A lo mejor necesita una almohada. Mi columna vertebral se estiró al oírle hablar.
Giant apoyó los codos en la mesa y dijo: Si no aceptas ahora mismo, tu estado no será como para salir andando.
No me pude contener, aún sabiendo que no le iba a hacer gracia: ¿Te refieres a estado físico o estado mental?.
Giant cogió el cheque que había sobre la mesa y lo estrujó entre sus manitas. El francés y él se levantaron al unísono. Y se dirigieron a la puerta. Mientras caminaba, Giant me apuntó con el dedo: Eso no ha sido educado, trato de que seamos amigos y me lo pagas con arrogancia. Dio un portazo al salir. El gorila se quedó allí sin saber que hacer. No le habían dado ninguna orden directa. Me miró y volvió a mirar la puerta. Poco a poco, fue entendiendo lo que se esperaba de él. Se quitó el abrigo y la chaqueta y los dejó sobre una silla junto a la puerta. Se fue remangando mientras se acercaba a mi a grandes zancadas. Cuando estaba como a tres metros, me levanté y le dije: Espera. Me quite el abrigo e intenté sorprenderle. Cogí la silla donde había estado sentado e intenté darle con ella en la cabeza. Sólo tuvo que levantar un brazo para hacerla pedazos. Ahora sí estaba enfadado. Me cogió de las solapas y me lanzó un directo a la mandíbula. Me levanto diez centímetros de suelo y fui a caer unos cuatro metros detrás. Levanté la cabeza y le miré. Seguía remangándose. La puerta se abrió con estruendo y vi uniformes azules: Redada, Policía. El gorila no quiso perder la oportunidad y me dio una patada en la cara. Antes de sentir el golpe ya me había desmayado.

Un oficial me despertó metiéndome la cabeza en un cubo de agua. ¿Dónde estoy?. Pregunté.
En la finca de recreo de Giant. Contestó. Donde te has desmayado hace unos minutos. No ha habido daños. A no ser que el matón se haya roto el pie.
El matón estaba al fondo atado con cuerdas a una silla y otro de los polis en camiseta practicaba golpes de boxeo. La cara del gorila era irreconocible. Desde el fondo, el policía me gritó: ¿Quieres practicar?.
No, no. Gracias. Le dije sacudiendo la mano. ¿Ha venido O'Doole? Pregunté.
Si, estará fuera. Ya sabes que no gusta tanto jaleo.
Mientras salía, una docena de policías destrozaba el local. Las mesas volaban hacia los espejos y los estantes de cristal repletos de botellas. Todo se hacía añicos. En la calle, una furgoneta de la policía se llenaba con los clientes que habían encontrado dentro. Les darían un repaso y los soltarían. Al otro lado de la calle, el jefe O`Doole estaba apoyado en uno de los coches oficiales con un palillo entre los dientes. Me toqué la mandíbula y la note especialmente blanda, le saludé con un gesto de cabeza.
Se sorprendió al verme. ¿Qué hacías dentro?.
Suelo venir a pasar los fines de semana. Me dolió hablar. ¿Qué me dices del detective del otro día?.
Que yo sepa sigue muerto.
¿Y la bala?. Pregunté otra vez.
Calibre pequeño. Un 22, creo. Se volvió hacia el destrozado local de Giant. Mira eso. ¿Es qué nos hemos vuelto locos?. ¿A qué viene destrozarlo todo?. Deberías decirle a Carlos que esto es demasiado.
Le miré enfadado. Tú harás lo que Carlos diga y lo harás sin rechistar. Todavía es el amo de ésta ciudad.
Pero, claro. Tú mismo se lo dijiste el otro día. Yo sólo soy el jefe de policía pero puedo especular, como todo el mundo.
Saqué un cerilla y la prendí en la placa que llevaba en el pecho. Encendí el cigarrillo que tenía entre los dientes. Le dije: Yo puedo decirle a Carlos lo que quiera, pero tú no. A no ser que quieras la jubilación inmediata.
Ya lo sé, hombre. No te enfades. Como te he dicho, sólo especulaba.
Dejé a O'Doole especulando y me dirigí al centro.

8.-
Llamé a la puerta y esperé. Lúa abrió, me miró con ojos asesinos e intentó cerrar. Puse mi pie y lo impedí. Sólo tuve que empujar un poco y ella desistió. Entramos.
Cogió el teléfono y marcó el número de la policía: Agente, quiero denunciar un intruso en … No pudo terminar, le quité el teléfono.
Al otro lado de la línea el policía preguntaba. ¿Oiga, oiga?.
¿Quién eres?. Pregunté.
Me reconoció. Ah, hola, soy Fred. ¿Nos necesitas?.
No, creo que no.
Falsa alarma.
Le dije: Si, mi madre. No me ha reconocido. Pásame a O`Doole.
Vale.
Mientras esperaba, tapé el auricular con la mano y le dije a Lúa sonriendo: ¿Me añorabas?.
Piérdete. Dijo ella molesta.
¿O`Doole?. Envía un coche a casa de Carlos esta misma noche. Si vamos a pelear con Giant, quizás quiera devolvernos el golpe. Colgué.
¿A qué has venido? me escupió. Estaba bastante cabreada.
Pasaba por aquí y me entró la locura. Me dirigí al bar. Ya sabéis, botellas, vasos y hielos. Decidí pasar a tomar el aperitivo, le dije. ¿Qué me dices del detective muerto?.
Ya te dije que no se nada de ningún detective. ¿Quién lo mató?.
Carlos cree que fue Giant.
Pero tú sabes más.
Ahora sí. Por dos cosas: una, Giant acaba de intentar comprarme para acabar con Carlos. Si nos hubiese declarado la guerra, no lo haría. Dos, el calibre del arma era pequeño, un arma de mujer. Así que creo que fuiste tú o tu hermanito, el buen chico.
¿Por qué iba yo o mi hermano querer matar a nadie?.
Bueno, te seguía. Puede que supiera lo nuestro y eso te complicaría las cosas con Carlos.
¿Eso crees?. Sonrió triste. Creí que me conocías.
Nadie conoce a nadie. Al menos, a fondo.
Te equivocas. Si no, no estarías aquí.
Para nada. He venido a oír tu parte de la historia.
Se acercó a mí y dijo: Sé que no has venido por eso.
¿No?. ¿Y por qué he venido?.
Por la razón más vieja del mundo.
Me resistí: Hay mejores sitios para tomar una copa.
Meneó su preciosa cabeza. ¿Por qué no lo admites?. Estás celoso de Carlos. Espezó a controlar la situación. Y yo no. Siguió hablando: Admite que tienes corazón. Pequeño y débil. Y apenas lo has utilizado en tu vida.
Me bebí el resto del trago. Si llego a saber que íbamos a poner nuestros sentimientos en palabras, hubiera memorizado el cantar de los cantares.
Hizo una mueca graciosa con la boca y dijo: Quizás por eso me gustas. Nunca había conocido a nadie para el que ser un mal nacido fuera cuestión de orgullo. Aunque algún día lo pagarás. Hizo un amago de separarse de mí.
La cogí del brazo, la abracé y la besé. No se resistió mucho. Hasta que llegue ese día, emborrachémonos.
Antes hagamos otra cosa. Cogió mi sombrero y lo lanzó sobre la cama. Volvimos a China.
Es una idea mejor.

9.-
Tarde o temprano tenía que ocurrir. El destrozo del local de Giant había sobrepasado el límite. ¿Qué mafioso iba a estarse quieto con algo así?. Ninguno. Os lo aseguro. Uno de los sicarios entró por una de las ventanas del piso bajo de la casa de Carlos y le rebanó el cuello a su guardaespaldas. No hizo ruido. Hizo más ruido la garganta del muerto, de la que manaba sangre a borbotones. Mientras moría, prendía el periódico que leía con una colilla. Entraron los sicarios por la cocina con dos Thompson repletas de balas de nueve milímetros. Subieron las escaleras despacio. No querían asustar a Carlos. La gramola con un disco de Caruso amenizaba su solitaria velada. Hizo una mueca y miró los tablones de madera del suelo. Se colaba humo por ellas. Carlos miró hacia la mesilla y vio el .38 especial de cañón largo que siempre dormía con él. No se fiaba. Se incorporó y se puso sus zapatillas con una corona dorada en el empeine. Sin dejar de mirar la puerta del dormitorio, le quitó la ceniza al puro que se estaba fumando y, apagado, se lo guardo en el bolsillo de la bata de seda.

Los sicarios rompieron la puerta y comenzaron a disparar, pero Carlos ya estaba bajo la cama. Apuntó con cuidado y disparó dos tiros hacia las piernas que tenía delante. Uno de los sicarios cayó y Carlos le pegó un tiro en la cabeza. Allí se quedó. El otro salió corriendo de la habitación. Carlos salió de debajo de la cama y cogió la Thompson del muerto. Corrió hacia el pasillo y dejó caer la metralleta por la ventana del fondo. La escalera estaba en llamas. Saltó por la ventana, se deslizó por el pequeño tejado inclinado y se balanceó hasta caer en el porche de la entrada. Comprobó el arma y caminó hacia atrás hasta que vio al otro sicario, de espaldas, buscándole en el primer piso. Apuntó y disparó una docena de veces. El sicario, la ventana, la lámpara y las paredes lo sintieron. Sonrió.

Un coche pasó por la calle picando ruedas y Carlos pudo ver el resplandor de otra metralleta en el asiento trasero. Las balas silbaron a su alrededor. Volvió a apuntar y siguió disparando a lo largo de toda la calle, hasta que el arma se descargó. Al fondo, el coche hizo un zig-zag y se estrelló contra un árbol. Tres segundos y una explosión. No vio a nadie salir. Carlos se quedó parado en mitad de la calle con las piernas separadas y la Thompson humeando. Sacó el resto del puro de la bata y se lo puso entre los dientes. Casi pudo oír a Caruso cantando desde la casa en llamas.

10.-
En el pasillo de acceso al despacho de Carlos, había como cincuenta hombres armados hasta los dientes. El jefe había reclutado a todos los matones de poca monta de los alrededores que no estuvieran en chirona. Pensé que las calles debían estar muy tranquilas hoy. Entré y me dirigí al bar. Carlos hablaba por teléfono. Eché un trago sin decir nada y me senté frente a él. ¿Dónde está O'Doole?. Escuchó el otro lado de la linea y gritó. ¿Cómo que no está?. ¿Y quién lleva el maldito negocio?. Decidle que quiero hablar con él inmediatamente. Colgó. Menudo cabrón. Dijo.

Nos miramos y esperé que dijera algo. Y dijo: No puedo encontrar ni al alcalde ni al jefe de policía.
Mala señal, Carlos. Se escabullen. Contesté.
No se atreverían.
No lo sé Carlos. Te dije que no tomaras la iniciativa. Eso te ha comprometido.
Ese cabrón de spaguetti acaba de cortar su propio cuello. Todavía soy el amo de esta ciudad.
Lo de ayer te ha hecho vulnerable. Eres el amo porque todos lo creen. En cuanto alguien no lo crea, se acabó.
Joder, parece que tenía que haber acabado acribillado a balazos.
Es un consejo, Carlos. Empieza a tomarte a Giant en serio. Ya no tiene nada que ver con Borowsky. Incordiar a un psicópata no conduce a ningún lado. Obligarás a la gente a tomar partido, cuando tengas las de perder.
Bah. Eso no sucederá.
¿Por qué no hay aquí policía?. ¿Por qué no había ayer policía en tu casa?.
No les llamé.
Yo si. Afirmé.
La carcajada de Carlos no logró relajarme lo más mínimo. La gallina cuida de su polluelo, ¿no?. ¿No crees que pueda cuidar de mí mismo?.
Sé que no puedes. Escucha, Carlos. Tu jugada es rendirte, entregar al trapero y esperar un signo de debilidad de Giant.
Se apoyó en la mesa del despacho y jugueteó con una pluma que había allí. Me dijo: No es tan fácil. Ya sabes. Lúa y yo. Bueno. Acabaría rompiendo la pluma. Quiero casarme con ella.
Me pareció que habían vuelto a patearme la cara. Pero ni pestañeé. Pude articular algunas palabras: ¿Crees que aceptará?.
No sé. Supongo que si. Claro que si.
Era el momento de sacar un as de la manga: Carlos, Giant no mató a tu detective.
Fue él.
Piensa un momento. ¿A quién seguía?. A Lúa. Y la bala que le sacaron del cuerpo era de calibre 22, un arma de mujer. Es posible que ella quisiera que nadie supiera donde estaba. O donde dormía. Recuerda que fue la noche que la buscabas.
¿Qué?. Incorporó la espalda sobre el sillón y me miró. ¿Qué quieres decir?. Su cerebro empezó a funcionar. No me dejó decir nada: No, ella es incapaz de matar a nadie, y menos a sangre fría. Además, si lo hubiera hecho, me lo hubiera dicho. Siguió pensando, pero no mucho. ¿Dónde demonios crees que estuvo?.
El último as: Carlos, confía en mí.
¿Pero qué...
Confía en mi o vete al infierno. Me miró sin pestañear. Le dije: estaba conmigo.
Hizo un ademán de reír, pero al ver mi cara, supo que era verdad. Diez segundos sin movernos. Se levantó y me dio la espalda. Miraba por el ventanal tras su sillón.
Suspiré. El farol no funcionó. No era mi día, ni siquiera era mi año. Cogí el sombrero y salí. Carlos seguía en el ventanal.

Fuera, en el pasillo atestado de matones. Ni siquiera me di cuenta. Carlos me dio la vuelta y me lanzó un directo a la mandíbula. Trastabillé y fui a caer sobre uno de los que estaban allí junto a la salida. Me cogió y me lanzo escaleras abajo. Carlos me seguía, remangándose, junto a diez o doce de los matones. Me levantó y me lanzó otro directo. Volví a caer. Mas escaleras. Abajo en el club la gente bailaba. La orquesta paró de tocar y la gente se volvió a mirar. Otro directo y me agarré a los pechos de una mujer. Gritó y comenzó a pegarme con su bolso. Entre niebla, oí al camarero: Basta, Carlos, lo vas a matar. Nadie mas me tocó. Carlos me lanzó el sombrero y dijo: Echarlo fuera. No quiero verlo mas.

11.-
Por la tarde, en mi apartamento llamé a Giant. No se puso él, claro. Dije: Dile a Giant que no le guardo rencor, que quiero verle.
Espera un momento. Y después de un instante. Ven mañana a las diez. Y colgó.
Seguí fumando. Oí llamar a la puerta. Abrí. Era Lúa. Cara larga. Le franqueé la entrada sin decir nada. Entró y se sentó. Preparé dos tragos y le puse uno de ellos en su mano. Me senté enfrente. Esperé a que el hielo enfriara el licor para beber.
Ella dijo: Funcionó. Lo que sea que hayas hecho para que Carlos se enfade, ha funcionado. Me ha dicho que no quiere volver a verme.
No dije nada, seguí removiendo la copa.
Yo no maté a ese hombre. Dijo.
No ha sido eso lo que le ha disgustado. Dije.
¿Le has contado lo nuestro?. Me miró. ¿Te costaba pedirlo?. ¿Siempre tienes que hacer las cosas de la manera más complicada para obtener lo que quieres?.
Pregunté mirando mi vaso: Y, ¿qué es lo que quiero?.
A mi.
La miré. ¿Tenía razón?. Puede.

Por la mañana fumaba sentado en la cama y Lúa tumbada en su lado.
Me preguntó: ¿En que piensas?.
Un vez tuve un sueño. Caminaba por el bosque. No se por qué. Se levanto viento y mi sombrero voló.
Ella siguió: Y corriste detrás de él y cuando lo alcanzaste ya no era un sombrero. Era otra cosa maravillosa..
La miré y dije: No, seguía siendo un sombrero y no corrí detrás de él. No hay nada más ridículo que un hombre corriendo tras su sombrero. Me levanté para vestirme.
¿Donde vas?. Preguntó.
Tengo que hacer un par de cosas. La miré a través del espejo. Pensé que no volveríamos a vernos de esa manera.
¿Vas a ver a Carlos?. Es posible que todavía puedas hacer las paces con él. Es un buen hombre.
Si me perdona, es más tonto de lo que pensaba.
¿Por qué no salimos de la ciudad?. Ya no hay nada que nos ate aquí.
¿Y tu hermano?.
Podía venir con nosotros. La mayor estupidez que había oído hoy.
Si, claro. Dije. Los dos con Luis. ¿Dónde iríamos?. ¿A las cataratas del Niágara?.
¿Por qué le odias?. Preguntó molesta.
Yo no odio a nadie.
Ni te gusta nadie. Me senté para abrocharme los zapatos. Y le pregunté: ¿Dónde está Luis?.
Se puso tensa. ¿Para qué?.
Carlos ya no lo defenderá. Debes decirle que se largue.
Me dió la razón: En el Hotel Royal. Habitación 202. Dejé a Lúa en la cama. Mi cita no podía esperar.

Cuando llegué al nuevo despacho de Giant, el alcalde y el jefe de policía salían de allí. No me vieron, pero daba igual. Sonreían. Tenían nuevo jefe. Y creo que yo no tardaría demasiado tampoco.
Giant estaba sentado detrás de su mesa y el francés en el sofá. Con el abrigo, guantes y el sombrero puesto. Como siempre.
¿Hombre, has venido?. Me alegré de que llamaras. Se puso chistoso. ¿Buscas trabajo?.
Es posible.
Ayer, el francés estaba contrariado de que la poli llegara antes de que te dieran un repaso, pero yo le dije: Frankie, Carlos y él están a punto de romper. Como si fuera un vidente. Ante todo, sé que no estabas de acuerdo con lo que hacía Carlos últimamente. ¿No es verdad?.
Afirmé sin decir nada.
Bueno, es posible que tenga algún trabajo para ti. Otro chiste. ¿Tienes preparación universitaria?. No contrato a ningún estafador sin estudios, je,je. Es broma, claro. Sé que alguien como tú puede ser muy valioso. Las personas listas nunca sobran.
Si, claro. Puedo ayudarte. Pero antes, ¿me quitarías a Carlos de encima?.
Giant se puso serio: No te preocupes, tenemos planes para él.
¿Si?. ¿Cuales?.
No tan aprisa. Ya habrá tiempo para eso. La última vez que nos vimos me trataste con arrogancia. Creo que hoy debes poner algo encima de la mesa para negociar.
¿Por dónde empezamos?. Le dije.
Se alegró: Lo ves, Frankie. Ya te dije que era un chico práctico. Y me miró: Empezaremos por el trapero. ¿Dónde está?.
Se lo dije: En el Royal. Habitación 202. Puede que Antoine esté con él.
El francés saltó como un resorte. Eso es mentira.
Me volví a medias: Luis y Antoine son uña y carne y no sólo en los negocios.
Eres un mentiroso. Volvió a decir. Antoine está limpio.
A Giant no le hizo gracia. Basta Frankie. Le miró de una manera poco amistosa. Eso es fácil de comprobar. Frankie, tráeme a Antoine. Y a mí: Irás a buscar al trapero con un par de los chicos. Ellos se encargarán.
El francés muy cabreado: ¿Y si no está?.
Le dije sonriendo: Entonces, me pondré de cara a la pared.

12.-
Uno de los chicos que vino conmigo era el que me pateó la cara días antes. No le guardaba rencor. Era su trabajo. Para eso le pagaban. También le pagaban para recibir algún que otro repaso de la policía. Tenía la cara mucho peor que yo. Le pregunté: ¿Qué tal?. Asintió con la cabeza y se sentó en el asiento de atrás. También vino otro de los matones de Giant. Más viejo y sin tantos dientes, pero bastante más sanguinario. Llegamos al Royal en diez minutos. Sacaron a Luis de la 202, mientras yo esperaba en el coche. Lo bajaron por la escalera de servicio. A un callejón en el lateral del hotel. Pudimos subirlo al coche con discreción. Sólo hubo que darle a Luis un par de sopapos para que bajara la voz y se tranquilizara. Se olía la tostada. Yo también. Necesitaba una copa.

Salimos de la ciudad y pusimos rumbo al bosque. Por la carretera de tierra. Menos concurrida. Luis gemía en el suelo del asiento de detrás. El matón silbaba una canción italiana. Paramos en medio de una gran recta que atraviesa el bosque de lado a lado. No había curiosos en varios kilómetros. Les costó mas sacar a Luis que meterlo. Preguntaba: ¿Qué me vais a hacer?. Yo no he hecho nada. Y lloriqueaba. Yo esperé al volante. El desdentado le dijo: Saca tu maldito culo del coche. Portate como un hombre, mamarracho. Luis me habló a mi: ¿Por favor, diles que no hagan?. Y se agarraba a cualquier sitio como un maldito pulpo. Tardaron unos larguísimos minutos en sacarlo. El desdentado me dijo desde fuera: Toma, el jefe quiere que lo hagas tú. Y me largó una pistola. Le dije: ¿Qué?. Siguió hablando: Así se asegura de que estás de su lado. ¿Sabes como hacerlo, no?. Le derribas de un tiro y cuando esté en el suelo le disparas a la cabeza. Sólo dos tiros. Luego nos iremos. Sonrió casi sin dientes. En cualquier otro momento le habría dicho algo ocurrente sobre su dentista. Pero no se me ocurrió nada.
Comencé a internarme en el bosque con la pistola en la mano siguiendo a Luis. Luis me gritaba: ¿Qué vas a hacer?. ¿Tú no eres como esos asesinos?. Seguíamos andando. Yo no he hecho nada. Sólo soy un estafador de tres al cuarto. Sólo soy un don nadie. La saliva se le agolpaba en la boca, incapaz de tragarla. Yo soy incapaz de matar a nadie. Sólo aprovecho la información que tengo. Tú me conoces. No traiciono a mis amigos. Habíamos andado unos 300 metros. Estábamos en medio del bosque, en un claro en el cual la luz se filtraba entre los gigantescos árboles. Luis siguió hablando: Esto no puede estas pasando. Es un sueño. Por favor, no lo hagas. Tu corazón no es tan duro. Y siguió hablando: no puedo morir. Aquí, en el bosque como un animal. Lloraba. Se arrodilló: Te lo ruego. No me mates. Como un animal. Mira en tu corazón. Apunté. Mira en tu corazón. No me mates. Las manos de Luis delante de la cara llena de lágrimas y saliva. Disparé. El eco de la explosión y luego, silencio total.
Luis me miró sorprendido y dejó de llorar. Comprendió enseguida. Pudo articular un gracias.
Calla. Le dije. Estás muerto. Vete de la ciudad. Nadie debe verte. Nadie debe saberlo.
Puso el índice sobre la boca y volvió a decir: Gracias. Luego me lanzó un beso: Entiendo.
Le dije: Silencio. Si alguien te encuentra, te matará y ya no serás mi problema. Lárgate. Ya. Antes de que cambie de opinión.
Se levanto y salió corriendo hacia ningún sitio. Volví a disparar. El tiro de gracia. Al suelo. Mientras volvía al coche, pensé que éste farol quizás me costase muy caro. Pero ya no podía volverme atrás. Los matones esperaban apoyados en el coche. Bebían de una petaca. Les pasé el arma. El desdentado me preguntó: ¿Le has disparado en la cabeza?. Si. dije. Buen chico. Y volvimos a la ciudad.

Por la noche después de beberme un par de tragos o tres, llamé a Antoine desde una cabina. Los tranvías pasaban detrás mío, haciendo un ruido infernal. Aún así, pude hablar con él. Antoine, ¿Sabes quién soy?.
Contestó con su voz aguda: Ah, hola. ¿Qué tal?.
Frankie el francés te ha estado buscando. Luis ha muerto.
Por todos los santos, ¿qué ha pasado?.
Deja de lloriquear. Giant sabe que has estado involucrado en la venta de su tongo.
Yo no he dicho nada. Por dios, sólo colaboré.
Fui yo. Lo siento. Estábamos hablando y se me escapó.
¿Por qué lo hiciste?. Estaba asustado. Lo que yo quería.
Cállate y escucha. Te mantendrás escondido hasta que Giant se calme. Luego le dirás que el cerebro del engaño ha sido Frankie el francés. Si no lo haces así, puede que tengas problemas. Colgué.
Me dí la vuelta y recibí un directo a la mandíbula. Mi sombrero cayó al suelo. Me apoyé en la cabina como pude. Mi mandíbula estaba siendo maltratada últimamente. Quizás a eso se refería Lúa cuando dijo que lo pagaría. Era el guardaespaldas de Carlos. Me dijo: Eso de parte de Carlos. Dice que si estás en el bando equivocado, lo pagarás como todo el mundo.
Le dije: Dile a Carlos que no es dios en su trono. Sólo es un matón de tres al cuarto con un peluquín mas grande que su cerebro. Esta vez fue un puñetazo en el estómago. Volvía a apoyarme en la cabina. ¿Eso también es de Carlos?.
No. Eso es mio. Dijo el matón. Engaña a Carlos y volveré a acabar el trabajo. Cogió mi sombrero del suelo y me lo pasó sonriendo. Se dio la vuelta y se marchó.

13.-
Giant me dio la razón. Estábamos en su despacho. El y yo solos. El francés no dio señales de vida. Aproveche la oportunidad. Como siempre.
Cuando tienes razón, tienes razón. Dijo.
¿Y en qué tengo razón?. Pregunté.
Giant se sentó en su mesa. Te lo diré pero no digas “te lo dije”. Me pone nervioso.
Le miré muy serio: Nunca digo te lo dije y no me gusta la gente que lo dice.
Pues eso. No encontramos a Antoine. El francés pone mil escusas. Pero yo creo que se ha largado. Ahora se que Luis y Antoine vendieron mi tongo. Me miró.
Apagué el cigarro y le dije: Ya te lo dije.
¿Qué?. Giant se lo tomó a coña. Está bien. Tienes sentido del humor. Normalmente no lo soporto, pero bueno. Lo dejaremos correr. Lo mejor es que te cargaste al trapero. Se levantó y se dirigió a la puerta. Cogió su sombrero y su abrigo.
Otra oportunidad. Le dije: A lo mejor no tiene importancia, ya que una persona a punto de morir dice cualquier cosa. Pero... Me callé.
¿Pero qué?. Piqué la curiosidad de Giant.
Pues que Luis, antes de morir, me dijo que fueron Frankie el francés y Antoine los que vendieron tu tongo. Quizás no signifique nada.
Giant intentó pensar: Tienes razón. Un hombre cuando va a morir, dice lo que sea para salvarse. Pero, en cualquier caso, no esta de más investigarlo. Busca a Antoine y traémelo. A ver que dice él. En cuanto al francés, no creo que engañe. No, no lo creo. Afirmó rotundo.
Bueno ya sabes que el francés y Antoine... Le dejé seguir.
Ya se que Antoine es el chico del francés, pero no tiene nada que ver. Su cara era de que empezaba a dudar. Lo dejé en ese estado. Dije: Bueno, si lo crees nada, no hay más que hablar. Salió por la puerta. Demasiados faroles. Alguno saldría mal.

En el gimnasio encontré a Lúa. Me dijo: ¿Has visto a Luis?.
Si. Le dije con voz queda.
¿Se va de aquí?.
Creo que ya se ha ido. Pero...
No me dejó acabar. Me besó y me dijo: Gracias. Luego salió a la calle.

Frankie el francés y el desdentado me vigilaban desde hacía tiempo. Y vieron a Lúa salir del gimnasio mientras yo estaba dentro. El francés quiso saber qué hacía la novia de Carlos conmigo, si se suponía que había matado a su hermano. Razón no le faltaba. Y le entraron ganas de hacerle una visita. Dejó al desdentado en el coche y se fue tras ella.
Rompió de un empujón la puerta del apartamento y entró. Se fue hacia Lúa: ¿Sabes quién soy?.
Lúa reculó hacia su bolso: La sombra de Giant. ¿Dónde está él?. ¿Se ha quedado en la cama?.
Frankie siguió avanzando: Sólo tengo que abrir la boca y todo el mundo se hace el listillo. ¿Eres la golfa de Carlos?.
Ya no. Dijo Lúa. Su bolso sobre la cama. Se acercó.
¿Ahora lo eres de su lacayo?. Frankie estaba a un metro.
Lúa sacó el revólver del bolso y apuntó a la cara del francés. Lárgate ahora mismo si no quieres que...
Frankie le dio un manotazo y el revólver salió volando. La cogió del cuello. ¿Abandonas a Carlos por el tipo que se ha cargado a tu hermano?.
Lúa se sorprendió. El francés empezaba a comprender. ¿No te lo ha dicho?. Vaya, Vaya.

Frankie, vuélvete. Dos hombres armados entraban en el apartamento. Error. Debieron haberle disparado cuando lo tenían de espaldas. Frankie se parapetó detrás de Lúa y disparó. Uno de los hombres cayó. El otro salió al pasillo y evitó el disparo directo de Frankie. El francés soltó a Lúa y le disparó a través de la pared. Tres segundos y cayó también. Cuando se volvió buscándola, Lúa había salido por la ventana hacia la escalera de incendios. El francés dijo: Escápate mientras puedas, golfa. No será difícil encontrarte. Hizo una mueca como de sonrisa.

Estaba fumando tumbado en la cama y llamaron a la puerta. No hice caso. Miré a la mesilla. El revólver cargado seguía allí. Un minuto después forzaron la puerta y cerraron. Alguien había entrado. Sabía quién era. Me levante descalzo y salí al salón. Dije: Hola Luis.
Luis Borowsky estaba sentado en el sofá con la gorra y el abrigo puestos. Encendió la lámpara. Llevaba un revólver en la mano. No tenias buen aspecto. Claro, estaba muerto.
Dijo: Hola, perdona que haya entrado sin permiso, pero no quería esperar en el pasillo. Se supone que estoy muerto. ¿Cómo has sabido que era yo?.
Me senté frente a él: Sólo tu llamarías a la puerta antes de forzarla.
Tus amigos no llamarían. Dijo.
Esos amigos quieren matarme. No llamarían. ¿Qué te pasa?.
Luis pensó un instante y suspiró: Cosas. ¿Supongo que estarás enfadado de verme?. Debería haberme ido. Pero pensé que si me quedaba, no sería bueno para ti.
No contesté. Sólo le miraba. A él y al arma.
Siguió hablando: Si me iba no tenía nada: Ni dinero, ni amigos, nada. En cambio, si me quedo, te tengo a ti. Sonrió triste. Si alguien me ve, me matará. Así que sólo te tengo a ti.
Seguí mirándole sin hablar. ¿Qué te ocurre?. Dijo. ¿No tienes nada que decir?.
No me moví. Siguió: El otro día hice el completo ridículo. Lloré como una mujerzuela. Supongo que era el ansia de vivir. Preguntó: ¿Lo sabe alguien más?.
No. Dije.
Sin embargo, tú lo sabes. En un recuerdo doloroso. Y no dejo de recordar que has sido mi delator y mi verdugo. Si, ya sé, no disparaste. Je, je. Es de agradecer.
¿Has venido a echármelo en cara?. Le dije cansado.
No te hagas el listillo. Sollozó. Cuando te pasas de listo, lo estropeas. Volvió a recomponerse. Quiero verte sudar un poco. Se levantó y guardó el revolver en el bolsillo del abrigo. Se dirigió a la puerta. Sólo hay otra cosa que quiero. Ver a Giant muerto. Eso tienes que hacer por mi. Me ocultaré durante dos días. Abrió la puerta y miró fuera sin salir. Dijo: Si no lo haces, saldré a la luz. Salió y cerró.
Salí corriendo hacia la habitación. Cogí el revolver y el sombrero y me descolgué por la ventana. Entré por la puerta de atrás y esperaba verlo bajar las escaleras o salir por el portal, pero tropecé con algo. El revólver se me escapó de las manos y caí al suelo. Luis salió de las sombras bajo las escaleras y me pateó la cara. Me miró: ¿Qué haces descalzo?. Te vas a enfriar y no me servirás de nada. Además, ¿qué ibas a hacer?. Recorrió unos pasos hacia el portal. Hubiera llorado un poco y me hubieras vuelto a soltar.

14.-
Caminaba en dirección al hotel “Jaiuei”. Un tugurio plagado de chinches junto al barrio chino. Mi amigo, el camarero del club de Carlos me había pasado un soplo. Un ex-boxeador alcohólico y medio sonado llamado Johnson había apostado dos de los grandes en el combate del sábado. Ese tipo no había visto dos mil ni cuando aceptaba tongos. Decidí hacerle una visita de cortesía. Pregunté a O´Doole si le conocía y me dijo que cuando no estaba detenido, solía vivir en ese hotelucho.

Las ruedas de un coche chirriaron detrás mío. El desdentado conducía: Sube al coche.
Seguí andando y le dije: Estoy ocupado.
Sube de todas formas. Insistió.
Volví a declinar su invitación: No puedes obligarme, hombre. Ahora estamos en el mismo bando.
Hizo un movimiento de volante y me cerró el paso. Salió y me obligó a entrar. En el asiento de atrás, Frankie el francés me esperaba. Me senté junto a él.
¿Qué te ha pasado en la boca?. Preguntó.
Es una herida de guerra. Se irrita cuando hay gilipollas cerca.
Siguió hablando: Muy gracioso. ¿Te he visto salir del club?. Has hablado con Carlos, ¿eh?.
El francés miraba por su ventanilla y yo por la mía: No pienses tanto, Frankie. Podrías herniarte.
Alzó un poco la voz: Te crees condenadamente listo, chico. Pero no lo eres. He estado husmeando y se de qué pie cojeas. Eres como un sacacorchos. Igual estás dentro que fuera. Pareces un maldito bolchevique recogiendo las órdenes del comisario político. Frente a nosotros, el gorila trataba de no mirarme a los ojos. El francés siguió hablando: Te unes a Giant y matas a Luis Borowsky. Lo blanco es negro. Creo que le dijiste la verdad a tu muñeca. Y que mentiste a Giant y que te unirías a la liga femenina antes de matar a alguien. Miré al gorila. Tenía la cara llena de heridas y hematomas. Siguió mirando al techo. Frankie no había acabado: Luego me entero por estos dos genios que ni siquiera vieron como matabas al trapero.
El desdentado protestó: El jefe no dijo nada sobre...
Cierra el pico. Todavía te quedan demasiados dientes. El francés me miró: Todo el mundo es condenadamente listo. Daremos un paseo por el bosque. Allí veremos quién es más listo.

El gorila y el desdentado caminaban delante. El gorila cantaba una canción italiana. No lo hacía mal. Frankie caminada detrás mío. Los árboles se movían al son del viento. Miré hacia arriba y pude ver un pedazo de cielo azul entre las ramas más altas. El juego había llegado a su fin. Mi estómago dio un salto. Supongo que no quería estar allí conmigo. El francés me empujó: ¿Dónde están tus amigos cuando los necesitas, eh?. ¿Dónde está Carlos ahora?. No dije nada. Mis tripas no me dejarían hablar. Se dirigió a los matones: ¿Habéis visto que pronto se seca la labia cuando un tipo se caga en los pantalones?. El desdentado afirmó con la cabeza e hizo un movimiento con la mano dándole la razón. Volví a mirar el pedazo de cielo sobre mi cabeza. Azul y magnífico. Me apoyé en un árbol y vomité arrodillado. Frankie me dejó acabar. Luego gritó: Está bien. Parece que no se cargó a nadie. Cogió mi sombrero y lo lanzó hacia el bosque. Ya no lo necesitaría. Me tumbó en el suelo y puso un pie sobre mi pecho. Sacó su arma y me apuntó a la cara y puso la otra mano delante para no mancharse de sangre. Piensa en esto, tipo listo. Amartilló el arma y el desdentado gritó: Sacad los pañuelos. Se lo han comido los pájaros.
Frankie giró la cabeza y dijo: ¿Qué?. Los matones estaban mirando algo en el suelo. El francés me cogió de las solapas y me levantó. Llegamos junto a ellos. Un cadáver putrefacto en medio del bosque. Vestido como Luis. Sin cara. Frankie me miraba y yo miraba al muerto. El desdentado dijo: Te dije que dispararas a la cabeza. No a su asquerosa cara. Y luego a Frankie: Te lo dije, francés. Oímos dos disparos.

15.-
Me dejaron en la ciudad de nuevo. Y me dirigí al hotel del barrio chino. La puerta del apartamento de Johnson no estaba cerrada. Abrí y lo vi sentado comiendo trigo o avena o algo así en un bol con leche. Hola, John. Le saludé y entré. Se quedó mirándome con la cuchara en la mano. Ni siquiera sé si me reconoció. Hola, dijo.
Bonita decoración. Le dije. ¿Has recibido muchas visitas últimamente?.
No.
Entonces, te alegrarás de verme, ¿no?. Husmeé por la habitación.
No dijo nada. ¿Has apostado en el combate del sábado?.
Si. Si. He tenido un presentimiento. El sombrero de Luis estaba sobre el sofá. ¿Un presentimiento?. ¿Has visto a Luis antes de palmarla?. Le pregunté.
No.
¿Y después?.
¿Eh?. Dijo. Cogí el sombrero. Se lo puse sobre la cabeza. Le faltaban cuatro tallas para encajar. ¿O piensas menos o te compras un sombrero más grande?. Me dirigí a la puerta: Dile a Luis que quiero hablar con él. No pasará nada hasta entonces. Salí a la calle.

No tenia mucho tiempo. Había que empezar a jugar fuerte. Giant estaba en su despacho solo. Me asomé y me hizo señas para que pasara. Hablaba por teléfono. Le decía al alcalde que encontrara rápido donde colocar a sus dos primos italianos recién llegados. Que daba igual que sólo supieran hablar italiano. Que eso con Carlos no había sido un impedimento y que tampoco lo sería con él. Por último, antes de colgar, le dijo que no quería oír hablar más de Carlos. Que ahora mandaba él. Me puse un trago.
Me miró: Lo siento, me han contado el paseo de esta mañana.
Bebí. Sentirlo no basta. Tuve suerte de que vieran el cadáver de Luis, si no estaría muerto.
Afirmó con la cabeza: Lo sé, pero eso no significa que Frankie trame algo. Había oído el rumor de que Luis estaba vivo.
Cualquier rumor sobre que Luis está vivo, se la ha inventado el francés.
Giant levantó los hombros: Eso no tiene sentido. ¿Para qué?.
Me acerqué a Giant: Podría haber una buena razón, si tienes un combate amañado. ¿Lo tienes?.
Giant me apreciaba. Increíble. Dijo: Si el sábado hay un tongo, ¿qué?.
Me puso tras él y me acerqué aún más: ¿Lo sabe Frankie?.
Si. Respondió. Bebí otra vez y le dejé pensar. De acuerdo, entiendo. Dijo y apoyó los codos en la mesa.
Aproveché. Le dije: Si el francés es el cerebro de los engaños y piensa seguir haciéndolo, supongo que querrá tener a alguien a quien acusar. Giant se entrujaba los labios pensando. Seguí hablando: Pero con Luis muerto, no tiene mucho donde elegir. Creo que lo de hoy ha sido una cortina de humo.
Giant se esforzaba al máximo: Claro, el trapero larga el tongo y tu recibes por no cargártelo. Es un tipo muy listo. Luego dijo: No lo entiendo. ¿Por qué lo hace?. Por dinero no. Le doy suficiente. No me engañaría por eso. Le conozco.
Nadie conoce a nadie. No tan a fondo. Giant suspiró y meneó la cabeza. Seguí hablando: Entonces no es dinero lo que busca.
¿Eh?. Dijo Giant con una mueca extraña.
Puede que esté harto de estar sentado en el sofá y quiera estar sentado detrás de la mesa de tu despacho.
Giant me miró alarmado. Luego dijo: Chico, tienes mucha labia, lo reconozco. Pero eres honrado. Se acercó y siguió hablando: Desde nuestra última conversación he estado pensando. El francés diciendo que te engañemos. Siempre engañando. Una interesante cuestión ética. Se mesó la calva. No dije nada. Se echó para atrás y se apoyó en el respaldo: Hablaré con Frankie y aclararemos todo.
Si, claro. Dije. Pregúntale si te engaña y te le dirá tranquilamente.
Está bien. Dijo alterado. He dicho que lo aclararé. Se levantó y empezó a sudar. Color cereza en su cara de psicópata. Le puse la mano en hombro con cuidado. Le dije: Esteban, esto me afecta tanto como a ti. Me preocuparía menos si viera que tomas las precauciones adecuadas.
Se sentó más relajado y dijo: Las tomo. Las tomo. O al menos, lo intentó.

Al anochecer estaba en mi apartamento. Las sienes me ardían y tomé un analgésico con un trago. Me sentaría bien. Sonó el teléfono. Contesté: ¿Si?. Era Luis.
He recibido tu mensaje. Dijo.
El otro día soñé contigo. Dije.
¿Era bonito?. Preguntó.
Si. Estabas en el bosque con la cara destrozada. Rió. Seguí hablando: Era Antoine, ¿no?.
Si. Dijo. ¿Puedes creerte que no se alegró de verme?. Y sabes lo nervioso que era.
Menudos amigos. Dije. ¿Tenía Antoine una 22?.
¿Cómo lo sabes?. No le dejé acabar. Escucha. Le dije. He pensado en nuestro trato y creo que te lo puedes meter por donde te quepa. Creo que tu no tienes nada de mi que yo no tenga de ti. Lo único que tienes que decidir es si quieres que le diga a Giant que estás vivo.
Pero...
Seguí hablando: He pensado que mi silencio vale mil, pero quiero dos mil. Voy a salir y volveré de madrugada, a las cinco. Si no estás aquí con el dinero, le diré a Giant que estás vivo.
Escuchame. Dijo. Y colgué.

Cuando salí del apartamento, los lacayos de Lagos me esperaban. Eran tres. Uno de ellos me cogió de los brazos y me inmovilizó. El otro comenzó a golpearme en el estómago. El tercero fumaba apoyado en la barandilla. Después de un asalto, dijo: Basta. Me dejaron en el suelo. Tu caballo ha llegado el último. Déjalo. Será mejor para tu salud. Asentí. A Lagos le caes bien. Ha dicho que no te rompiéramos nada.
Pude contestar: Es un detalle.
Hizo una señal y bajaron las escaleras. Oí: Cuídate.

16.-
Cuando pude respirar sin que sonara nada, me dirigí a casa de Giant. Me abrió él en persona. Bata de seda y olor a colonia cara. Pasa. Pasa. Dijo. No me encuentro muy bien esta noche. ¿Qué me traes? Preguntó.
He hablado con Antoine y me ha dicho...
Espera un momento. ¿Has hablado con Antoine?. ¿Dónde está?. Giant se alteró.
Por teléfono. Asentí. Ha dicho que está escondido. Tiene miedo del francés. Pero que hablará del engaño de Frankie. Por dos de los grandes. Que irá a mi casa a las cinco de la mañana por el dinero.
¿Seguro que era Antoine?. Preguntó Giant.
Si. Claro. Entramos en su despacho. La chimenea encendida y la decoración cara y un poco hortera. Pero tienes que ocuparte tú del francés. Le dije.
Giant se sentó en su mesa y se volvió hacia el calor: Carlos se ha escondido y no hay manera de dar con él.
¿Cómo lo sabes?. Pregunté.
¿No es lo único que sabemos?, tipo listo. El francés salió de las sombras de atrás. ¿Conoces a tu amiguito?. El boxeador Johnson estaba atado en un sillón. Le habían dado un buen repaso. Me miró y abrió los ojos todo lo que pudo. El francés se acercó y siguió hablando: Te seguí. Toda la tarde. Y me pregunté ¿qué querría Einstein de un gorila?. Así que cogí al gorila y le saqué lo que quería. Es fuerte pero no ha aguantado mucho. No como tú.
Le dije: ¿Por qué no me dices lo que quieres?. ¿O es que estás aprendiendo a hablar?.
Como quieras. Estás muy tranquilo. Me impresionas. Y me soltó dos bofetadas. Sé quien era el fiambre del bosque. Mataste a Antoine, cabrón. Me cogió de las solapas y me lanzó un directo a la mandíbula. Reculé y caí al suelo en mitad de la habitación. Le mataste y voy a oírtelo decir. Me cogió del cuello con las dos manos enguantadas y apretó. Y siguió apretando.
El último aliento. No podía moverme. Giant se levantó con la pala de la chimenea y se acercó. La pala dio al frances en la cara. Me soltó y comenzó a sangrar como un cerdo. Se puso a cuatro patas.
Hijo de puta. Dijo Giant. Me habéis engañado como a un idiota. El siguiente será Antoine. Y volvió a descargar la pala sobre la cabeza del francés. Se desplomo en el suelo. El boxeador comenzó a gritar mirándome. Giant se fue hacia él con la pala cargada. Dile que se calle. Le hice una señal y se calló al momento.
No puedes matar a Antoine. Nos contará todo el lío. Lleva dos mil a mi casa a las cinco y lo sabrás todo. Dije acelerado.¿No me hagas quedar mal, eh?. El boxeador comenzó a gritar de nuevo. Miraba al francés. Giant y yo nos volvimos. Intentaba levantarse. Giant dijo: Mira esto, chico. Se lo enseño a todos los míos. Se fue hacia su mesa y cogió una automática pequeña. La amartilló. Se acercó al francés. Hay que disparar al cerebro. Dijo. Y le pegó un tiro en la cabeza. El francés cayó de nuevo y la masa cerebral se le escapó manchando la cara de Giant.

A las cuatro cuarenta y cinco salí del bar “openolnait” y me dirigí a mi apartamento. Llovía. Y enderecé el sombrero. Lúa me salió al paso. Estaba empapada. ¿Qué haces?. Preguntó.
Camino. Le dije.
¿Sólo hablas lo necesario?. Insistió.
Bajo la lluvia. Dije. Caminamos.
¿Luis está muerto, no?.
¿Por qué lo dices?. Pregunté. Y la cogí y entramos en sombras. No quería testigos.
Nadie le quería, ¿eh?.
Más bien al contrario. Lúa sacó un .38 y me apuntó al pecho. Seguí hablando: Entregar a Luis era la única manera de arreglarle las cosas a Carlos.
Lúa dijo: Dijiste que no te importaba lo que le sucediera.
Dije que habíamos acabado. No es lo mismo.
Me da igual. Amartilló el revólver.
Aún sigue vivo.
¿Esperas que te crea?.
No.
Eres un embustero sin corazón. Lloró. Intentó disparar pero no pudo hacerlo.
Dije: No es fácil, verdad Lúa. La dejé llorando en medio de la lluvia.

Vi llegar a Giant con un chófer. Hablaban de tonterías. Cuando Giant entró en el portal, me acerqué y le dije al chofer: Lárgate. Yo lo acompañaré.
¿Seguro?. Dijo. Claro. No te preocupes.
Salió zumbando. Esperé en el portal. Sonó un disparo mientras pasaba un tranvía. Entré y subí las escaleras. El sombrero de Giant estaba tirado allí. Seguí subiendo. Pude ver la cabeza de Giant llena de sangre colgando sobre el hueco. Oí risas arriba. Era Luis. Me quedé mirando el cadáver.
Ahora lo entiendo. Dijo Luis. Quieres evitar el trabajo sucio a toda costa, ¿eh?. Afirmé con la cabeza. El siguió: ¿Y cómo sabes que no te mataré?.
¿Para qué?. Muerto Giant, tú y yo no podemos hacernos daño, ¿no?. Hagamos una cosa. Se lo cargaremos al francés. ¿Qué te parece?. Dame tu arma.
¿Y eso?. Dijo indeciso.
Bueno, si quieres quedarte con el arma que mató a Giant y a un detective inocente, tú sabrás.
Está bien, dijo. Me la pasó. Me acerqué a Giant. Le registré y cogí el dinero de su cartera. Luis lo vió. También cogí el arma de Giant. La que había usado con Frankie.
¿Podríamos repartirlo, no?. Dijo Luis. O ¿Podría quedármelo todo?. Al fin y al cabo, lo he matado yo. Me lo guardé. Dijo: Está bien. Quedatelo. Es un regalo.
Luis. Dije. No podemos echarle el muerto al francés. Está muerto en casa de Giant.
Pero, ¿qué dices?. Dijo Luis. ¿Estás loco?. Tu has dicho que no nos debemos nada. Será tu palabra contra la mía. Amartillé la automática de Giant. Le dije: No necesariamente. Me levanté y le apunté. Reculó hasta el final del pasillo. Volvió con la monserga. Comenzó a sollozar de nuevo. No lo hagas. Mira en tu corazón. Mira en...
¿Qué corazón?. Dije y le disparé. La bala le entró entre los ojos. Se desplomó y se quedó callado.

Dejé el arma en el regazo de Giant y la otra al lado de Luis. Entré en mi apartamento y marqué un número. ¿Diga?. Dijo alguien.
Hola soy yo. Dije.
¿Qué quieres?.
Dile a Lagos que tengo todo su dinero. Quiero apostar en el combate de esta noche. Colgué y sonreí. Hacia tiempo que no sonreía.

Llegué al final del entierro de Luis Borowsky. Cuando llegué estaban Carlos y Lúa. Y un rabino moviéndose de atrás adelante. Y murmurando. Lúa echo un puñado de tierra encima.
Tenía muchos amigos, ¿eh?. Dije mientras se marchaba.
Muérete. Me dijo. Me quedé con Carlos.
Se lleva el coche. Le dije.
Andemos. Dijo él. Salimos del cementerio y cogimos el camino hacia la ciudad. Nos vamos a casar.
Enhorabuena. Pude decir.
Me lo ha pedido ella.
Enhorabuena, de todos modos. Seguimos andando.
Diablos, ¿por qué no me dijiste lo que tramabas?. Dijo.
No hubiera servido de nada. Incluso habría sido peor. No había necesidad.
Te estoy muy agradecido. Has jugado muy bien tus cartas.
Gracias.
Supongo que provocaste la pelea conmigo para agradar a Giant. ¿No?.
No lo sé. Dije.¿Tú siempre sabes por qué haces las cosas?. Pregunté.
Desde luego. Dijo. Le miré con cara de asombro.
Siguió hablando: En cuanto a lo tuyo con Lúa. Bueno, sois jóvenes. Si vuelves conmigo, te perdono.
Me paré en seco. Le dije: No te lo he pedido, ni lo quiero. Esperé un segundo. Adiós Carlos.
Me miró. Supo que era verdad. Siguió andando sin decir nada.
Yo me quedé allí parado. Me puse el sombrero. Después de lo que había pasado no era poco. Comencé a andar en dirección contraria.


FIN